(Julio): Me gustaría empezar contándoles una historia, algo que sucedió hace ya algunos años, y que hace no mucho tiempo me ayudó a entender muchas cosas, sobre mí mismo y sobre cómo me relacionaba con los demás. Quédense conmigo un momento más, les prometo que todo va a tener sentido al final.
Soy juez certificado hace 7 años, pero no mucho antes de eso era un jugador bastante mediocre, y lo peor de todo es que creía que era bastante mejor de lo que en realidad era. Una vez, jugando en un Open de Standard en mi ciudad, perdí la primera ronda, yo jugando RG Valakut, contra un Monoblack Infect (se habrán dado cuenta que fue hace bastante tiempo, teniendo en cuenta que estamos hablando de una edición que estaba en Standard hace 8 años) piloteado por un chico* que no debería haber tenido más de 12-13 años. Ni la vi. ¿Cuál fue mi reacción? Droppear en esa ronda. Y con mi oponente todavía sentado en la mesa, cuando un amigo me pregunta qué pasó, mi respuesta fue, literalmente, “¡Mirá con lo que me acaba de ganar! (volteando al chico) Todo bien con vos, pero… no me podés haber ganado con eso” y me fui.
Sin saberlo, había roto la Ley de Wheaton.
(Janit): Yo por mi parte me certifiqué hace 5 años, y recuerdo que el día que me convertí en jueza varias personas se me acercaron a aconsejarme sobre ser parte de la comunidad de Magic siendo mujer, ya que era la única jueza del país y una de las tres de la región. Uno de mis propósitos como parte de la comunidad de jueces fue y es visibilizar que somos de otro género y eso no nos hace diferentes a la hora de ser jugadores o jueces de Magic, así como tampoco debería ser un diferencial en ningún otro lado. Y por suerte hoy somos muchísimas más jugadoras y juezas.
Con el paso del tiempo pude ir entendiendo mejor todo lo que implicaba ser una de las pocas mujeres en mi comunidad. Fui la primera mujer contra la que jugaron muchos jugadores (y lo sé porque muchísimos me lo dijeron cuando nos sentamos a jugar en algún torneo), o la primera mujer en ganarle a varios jugadores. Se ha hablado de que juego “bien para ser mujer”. Me ha pasado, como ha hecho Julio, que han droppeado luego de perder conmigo. Me han dicho que les incomodaba jugar contra una mujer, que juego Magic para estar cerca de mi pareja, que gané un torneo por cómo fui vestida. Y todo esto sólo como jugadora.
Fueron muchísimos los eventos de los que me fui enojada, angustiada, o las veces que tuve que aclarar que no tenía ningún interés que no sea estar jugando/jueceando el torneo.
Pero lo que quiero decir acá es que yo también hice comentarios sobre otras personas sin darme cuenta lo que estaba haciendo. Sin pensar que estaba juzgando a otra persona por su vestimenta, por cómo se desenvolvía o por las cosas que hacía en su vida personal, fui igual de idiota que esas personas que lograron que un momento de divertimento, un torneo, se convirtiera en un lugar del que quería irme, en el que no me sentía cómoda o tranquila.
Y así como yo no supe, no quise o no pude decirle a las personas que me estaban haciendo algo que no estaba bueno, tampoco me di cuenta que yo lo estaba haciendo.
Yo también había roto la Ley de Wheaton.
Quizás algunos de ustedes se estarán preguntando ahora mismo “Pero Julio, Jan ¿cuál es esa Ley de Wheaton?” Wil Wheaton en su discurso de apertura de la convención PAX East del 2007 usó una frase al final, que se volvió una regla general para muchos en cuanto a cómo encarar los juegos frente a los demás; esa regla pueden encontrarla acá. Simple, poderosa, y tan maravillosamente cierta. Y aunque pueda ser tomada de manera ofensiva, en realidad tenemos que ir más allá de solamente lo que está escrito, y buscar el mensaje más allá de las palabras.
Principios básicos
Qué raro suena estar hablando sobre los principios básicos de decir “No seas un idiota”, pero creo que en este caso amerita hacer una pequeña parada y desarrollar entre todos para tener una imagen más grande que sólo quedarnos en lo literal de la frase.
Todos somos distintos. Tenemos vivencias distintas, experiencias distintas, y vemos y entendemos el mundo que nos rodea de formas distintas. En medio de toda esa cosmovisión estamos nosotros, balanceando nuestras propias ideas y modos de ver al mundo. Sin embargo, conceptos como la tolerancia y la empatía son algunos de los valores que nos van guiando a través de este mundo con tantas maneras distintas de entenderlo.
La empatía es la capacidad que tenemos de comprender una situación a través de los ojos de otras personas, lo que llamamos “ponerse en los zapatos de otro.” Esto nos hace entender de una mejor manera la intencionalidad del otro, lo cual ayuda a mejorar la forma en la que nos comunicamos. Si intentamos analizar el discurso del otro sin intentar entender las circunstancias o el trasfondo, entonces nos vamos a estar perdiendo una parte importante del mensaje. La empatía es un concepto básico para el diálogo efectivo, y comprender mejor una postura o una idea incluso cuando no está alineada con nuestras propias ideas.
La tolerancia, por otro lado, es nuestra capacidad de respetar en la diversidad. Como decía más arriba, no todos entienden el mundo de la misma forma, y respetar las distintas visiones es clave para que el diálogo no se transforme en otro conflicto. Es un valor moral que implica el respeto hacia la otra persona, aunque sus ideas difieran totalmente a las nuestras.
Habrán notado que ambos conceptos se relacionan bastante, ya que hablan de cómo nos manejamos cuando nos enfrentamos con posturas contrarias a las nuestras. Sin embargo, ninguno de estos conceptos nos piden dejar de lado nuestras propias creencias, ni buscar un “término medio”, sino más bien intentar entender mejor al otro. Tampoco nos fuerza a respetar TODAS las posturas, especialmente cuando esas posturas se basen en la falta de empatía o la intolerancia.
Entonces, para resumir aún más la Ley de Wheaton, podríamos decir que en ese “no seas un idiota” está escondido un pedido (un tanto confrontacional) de empatía y tolerancia hacia el otro. Y aunque en un principio estaba orientada en cuanto a la interacción en el contexto de los juegos, podemos extrapolarla a cualquier ámbito de nuestra relación con los demás.
Nuestra propia Ley de Wheaton
De igual manera que la Ley de Wheaton se acuñó en el contexto de los juegos (y hace referencia a los juegos online en su mayoría), el programa de jueces aplica también la Ley de Wheaton. Dentro del programa de jueces tenemos la suerte de contar con algo así como 7000 jueces en distintos continentes, países, ciudades, de distintas edades, que hablan distintos idiomas, profesan distintas religiones, tienen distintas identidades de género, orientaciones sexuales, etc; incluso en nuestras propias tiendas, nos vamos a encontrar con jugadores con distintas realidades, creencias y opiniones. Por esta razón, el servicio, la integridad, la comunidad, el respeto y la confianza son pilares importantísimos de todo juez de Magic. Si todavía no les pareció conocida la última frase, pueden encontrarla en la introducción del Código de Conducta :-).
Analicemos cuáles son cada uno de los principios del código:
- Un juez siempre usa su estatus de juez o autoridad de manera equitativa.
- Un juez no debería usar su estatus de juez o autoridad para un beneficio personal no merecido o con intención maliciosa.
- Un juez debería crear un ambiente acogedor.
- Un juez debería ser responsable de su conducta y del uso de su estatus de juez y autoridad.
- Cualquier cosa que podría considerarse mala conducta de un jugador es siempre considerada como mala conducta de un juez.
¿Estamos en condiciones de afirmar que cada uno de estos puntos responde a la Ley de Wheaton? Como jueces no sólo somos autoridad dentro de un torneo, sino que muchas veces somos un ejemplo para jugadores, organizadores y otros jueces. Somos las personas que los TOs eligen para que los representemos en sus torneos, y somos lo que los candidatos o jueces menos experimentados aspiran a ser. Nuestra prioridad, además de correr buenos torneos, debería ser actuar como facilitadores de un ambiente seguro para todos los que participan en el torneo.
Pero, ¿qué hacemos cuando vemos que otro está rompiendo nuestra ley de Wheaton? Primero que nada, hablar. Sonará bastante obvio que digamos esto, pero a veces nos olvidamos que más allá de todo conflicto, no deja de ser una cuestión entre personas. Sea un jugador conflictivo, un organizador problemático, o un juez con el que hayamos tenido alguna interacción pobre, nunca dejamos de estar ligados al código de conducta; no porque sea algo ineludible, y de lo cual no haya escapatoria, sino porque responde a una expectativa básica de la relación con otras personas. En cierta forma, y desde antes que estuviese escrito, la expectativa básica del código de conducta ya estaba escrita en la Ley de Wheaton.
Respetar el código es como ir al gimnasio
Una gran frase dice que solemos medir el éxito por la intensidad más que la consistencia. Respetar (y ayudar a que otros respeten) el código de conducta, es algo que no puede medirse por intensidad, sobre-reaccionando cuando hay un conflicto, o confrontando cuando algo no está bien. Por el contrario, se asemeja más a ir al gimnasio: Por mucho que trabajemos el primer día en el gimnasio, por más ejercicios y aparatos que hagamos, vamos a llegar a casa y, al mirarnos al espejo, no vamos a notar ninguna diferencia. Lo mismo va a pasar al segundo, al tercer día, o a la semana. Y si buscamos medir el éxito del gimnasio en base a la intensidad, nos vamos a decepcionar mucho cuando no encontremos resultados en el corto plazo. Si, en cambio, nos comprometemos ante la tarea de ir al gimnasio, y lo complementamos con una mejor alimentación, probablemente no el primer día, ni el segundo, pero vamos a estar seguros que algún cambio va a generarse, y eso va a generar en consecuencia estar cada vez más comprometidos.
De esta misma forma sucede con el código. No es una cuestión de un torneo, o de una discusión en persona u online; es comprometerse a trabajar por generar espacios de diálogo, seguros e inclusivos, en todas nuestras interacciones con los demás. Es trabajar no sólo por mejorar el ambiente alrededor, sino también en reflexionar sobre nosotros mismos y en qué necesitamos para ser mejores. Es señalar cuando vemos algo que no está bien, con la esperanza que nuestro ejemplo inspire a otros a hacer lo mismo.
Es ser el cambio que queremos ver en los demás.
NdJ: *ese chico de 12-13 años era Nicolás De Bonis, L2 de Buenos Aires, y uno de mis mejores amigos hoy en día. Lo cual es una prueba que aceptar nuestras equivocaciones y trabajar para no volver a cometerlas solamente nos puede hacer mejores.